Hace días vivimos un momento único (en realidad varios momentos únicos) nunca antes vistos en este país, momento que conmueven al mas indiferente venezolano. En principio, teníamos un equipo de futbol suficientemente bueno y preparado para enfrentarse con grandes equipos como Brasil, Argentina, Chile, etc.; por otro lado, un país que entendió que lo que hace ganar un equipo es saber que tiene un país que cree en él, y finalmente la unión de un país que tiene 13 años peleándose la silla de Miraflores, y quizás también un fenómeno de convocatoria que solo se ve cada 4 años en un mundial de futbol, todos en la calle viviendo la Copa América.
Yo confieso que no me gusta el futbol, no lo entiendo, no le veo ciencia ni sentido, estoy consciente que soy un loco y una minoría, confieso también que me gustaría que me gustara para sentir de corazón cuando alguien mete un gol y gritar como se merece un gol. Independientemente de, me sentía orgulloso de ver a una Vinotinto que desde el puesto más lejano se veía profesional, preparada, con estrategia y con resistencia; quería y sentía que podían ganar.
Mientras se llevaba a cabo la Copa América veía como se paralizaba todo cuando Venezuela jugaba, era como un feriado de 90 minutos; anunciantes tratando de pautar en el evento, marcas felicitando y apoyando a la Vinotinto, reuniones canceladas por juego de Vinotinto, entre muchas cosas. Desde Google Map se veía una gran mancha vinotinto y de lejos se oía la bulla de los fanáticos fieles y los nuevos reclutados que capto la Vinotinto.
Paralelamente me preguntaba por qué esto no sucedió antes, por qué si somos uno de los países más felices del mundo no somos capaces de apoyar a quienes nos representan afuera, por qué nos cuesta creer en los que, literalmente, se juegan la vida y dejan el alma para dejarnos bien parados. Me respondía que sencillamente era porque nos sabemos apreciar el talento, solo apreciamos al que gana y al que trae premios, pero no apreciamos el proceso que lleva llegar allá; vivimos del orgullo y no del apoyo.
Es muy fácil decir que la Vinotinto es mala cuando ni siquiera jugamos futbol, es muy sencillo decir que ese nadador es lento cuando no nos metemos en lo hondo de la playa, que fácil es insultar a esa miss que respondió mal cuando ninguno de nosotros se ha parado frente a un escenario en nombre de un país. Nos resulta más fácil menospreciar el talento que apoyarlo y estimularlo.
Por no apreciar el talento es que nuestros grandes orgullos se han ido, por eso quien ayudó a sacar a los mineros de Chile fue un venezolano, por eso Ángel Sánchez de Trujillo es un gran diseñador en NY, Carolina Herrera es una institución en la moda, Patricia Velásquez salió de la Goajira y es una top model afuera, Catherine Fullop es una diva en Argentina, Edgar Ramírez se convierte una celebridad, por eso todo el mundo emigra buscando un lugar donde la gente se impresione de nuestro talento.
No sabemos apoyar, no somos capaces de llevar al niño a natación porque nos da fastidio, ni llevamos a la niña al ballet porque no se consigue el tutu, la cinta negra de Carlitos queda para una repisa, los dibujos de Gabriela son garabatos, la habilidad de Daniel para rapear queda atrapada en 7 vagones del metro cuando pudiese llenar el poliedro.
Todo el mundo estudia para irse a demostrar lo que sabe afuera, nadie piensa en lograr sus sueños aquí, porque sencillamente no se aprecia el talento, ni el sacrificio de cultivar ese talento. Somos un país donde los diseñadores tienen que hacer bazares para mostrar su trabajo, donde los corredores viven de maratón en maratón para no perder la práctica, donde los cirqueros viven de rayado en rayado, donde los primeros actores dan cursos actuación para medio sobrevivir, somos un país que ve películas importadas porque le da fastidio una producción de aquí.
Tenemos la mala maña de decir que algo malo sin haberlo visto, probado o conocido, somos un país que hacer perder el tiempo y lo vuelve un desperdicio. Lo peor de todo es que se sigue yendo gente, que cada día nace un niño y se va otro profesional, y peor aun con la certeza de que le irá mejor. Así como la Vinotinto, todos los días un venezolano se siente desmotivado porque no se le reconoce su talento, tiene que traer un premio sino no es nadie.
Yo tengo talento para dibujar, para bailar, incluso para escribir, he mandado miles de artículos para publicarlos en revistas, he hecho miles de dibujos y diseños de ropa, pero sigo siendo anónimo para todo el mundo, seré importante cuando me vaya, monte un negocio fuera, me haga famoso, importe mercancía para acá, la venda bien cara y luego salga en mi biografía que soy Venezolano.
Miren a su alrededor, hay mucha gente talentosa, mucha gente con ganas de hacer cosas distintas, cosas grandes, hay un contingente de nadadores, futbolistas, beisbolistas, artistas, directores de cine, actores, empresarios, diseñadores, arquitectos, ingenieros y pare usted de contar, esperando para que su talento sea reconocido, aplaudido o por lo menos apoyado. Hay muchos sueños rotos montados en un barrio, mucho prejuicio en las aceras y en el metro, mucha desconfianza levantándose a las 6am para trabajar y mucha conformidad montada en moto, mucha comodidad vendiendo en Sabana Grande, pero sobre todo mucha mediocridad en la cabeza de la gente.
Cuando vea a alguien con talento, apóyelo, motívelo y sobre todo crea en esa persona, porque mañana será quien nos haga sentir orgulloso de ser Venezolano.
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