Mi viaje comenzó en mi mente y terminó en mis más profundos
miedos, inspirado por amigos que habían visitado
Roraima me contagie del sentido de superación y me dije “Yo también puedo”,
reconozco que me antoje y como niño malcriado hice lo que me dio la gana, no lo
planifiqué bien, fue impulsivo, no medí pros ni contras. Venia mi cumpleaños,
30 de marzo, lunes santo, no había nada mas nulo que cumplir un lunes santo, no
tenia ánimos de hacer nada y eso me sirvió de excusa infalible para irme a
conocer Roraima.
Debía llegar a un lugar llamado San Francisco de Yuruani,
pasar por pueblos como El Callao, Guasipati, Upata y bajarme a modo de escala
en uno llamado Las Claritas o KM 88; este pueblo de “claritas” no tenía nada y
llamarlo KM 88 sonaba a película de terror, sin exagerar era como la redoma de
Petare hecha pueblo, si a eso le agregamos un look de turista japonés era
blanco fácil de robo. Para llegar San Fco. de Yuruani debía bajar en Ciudad
Bolívar y allí tomar otro bus para Las Claritas, me tocó lanzarme al Terminal
de Oriente y tomar un bus de 9 horas de camino.
“Sarna con gusto no pica” dicen por ahí, la emoción de
llegar era más fuerte que mis ganas de quejarme o ser el típico citadino
caraqueño. El día 1 del tour se encuentran todos los campamentos, éramos más de
100 personas con el mismo reto o sueño, subir el Roraima, unos más preparados
que otros, pero al final es la fuerza de voluntad y la pasión los que te hacen
subir, es fácil cansarse y devolverse. Comienzas a caminar 12km entre subidas y
bajas, parece interminable y tienes la opción de hablar con algún compañero de
ruta o sencillamente callar y pensar. Nunca en mi vida había hablado tanto con
Dios como en este viaje, le preguntaba en qué estaba pensando cuando hizo
Roraima, hablábamos de mi, de Él, de los amores, de la familia, de quién debió estar
conmigo en ese viaje, de quién aguantaría esa ruta, etc.
Son 5 noches durmiendo en carpa, lo mas acolchado es un mat
de yoga; por cosas del destino me tocó dormir solo mientras todos tenían compañero
de carpa, en el fondo quería estar solo y Dios movió todas sus piezas para que así
fuera, pocas veces hablaba, no estaba en mi zona de confort, poco a poco me fui
soltando. Paradójicamente me hice amigo del que más hablaba, no paraba de
hablar, casi molestaba, pero me enseñó mi lección N°1: que hablar a un extraño
te puede traer beneficios más adelante, como un trago de agua.
Habían muchas personas, unas más pudientes que otras, pero
al final todas pasaban por lo mismo, así que no había diferencia entre ninguna
y los indígenas te lo hacen sentir, no eres nadie, no eres turista, no eres
cliente, no tienes a quien reclamarle el calor, el dolor en los pies, las
ampollas, la insolación, las picadas de Puri-Puri, porque todo es culpa y
responsabilidad tuya; en todo caso peleas con Dios y en vano. La gente tiende a
comprarse la mejor ropa de montaña, las botas, el morral, la linterna, etc. y
son los que terminan más golpeados en el camino, mientras que los indígenas suben
descalzos, sin abrigos especiales, solo un poncho de lluvia si acaso, con 30 Kg
de ollas, comida, carpas y sin quejarse.
Para los indígenas el trabajo no es un esfuerzo en pro de
algo personal o lucrativo, ellos ganan mucho dinero pero no se ve en su
vestimenta ni en su casa, ni en sus bienes, porque no es un esfuerzo, hacen lo
que les gusta, subir al Roraima, vivir donde nacieron. Allí ratifiqué que
definitivamente uno debe dedicarse a lo que quiere y no lo que debe, allí está
la clave de la felicidad.
Me fije que en la naturaleza todos tienen espacio, que la cohesión
entre todos los seres vivos que allí conviven es absolutamente armónica, si un árbol debe sacar sus raíces por encima
de una piedra, la piedra cede y se abre paso, si la piedra quiere atravesarse
al rio y vivir allí para siempre entonces el rio se mueve para otro lado o pasa
por encima, si el lluvia inunda todo no importa, pronto se secará, si el hombre
necesita pasar por el sendero los caminos se abren para que haya un sendero. Cuando vas caminando pasas por mucho climas, y
llega un momento en que ya no importa si llueve o hace solo, solo importa
llegar, te vuelves parte del ecosistema, no le huyes a la lluvia, incluso no te
desagrada, tampoco llegas a amarla, sencillamente entiendes que es solo lluvia,
que no es un problema que llueva, es solo una circunstancia. Allí entendí que
cada cosa que uno hace afecta directa o indirectamente a otro, pero con mutuo
acuerdo podemos vivir en armonía, pero además entendí que los problemas los
hacemos nosotros, muchas veces lo que sucede alrededor no es un problema sino
una circunstancia y como tal solo debemos seguir el camino y vivir con ello.
La paciencia es una de la virtudes que se desarrollan en el
camino, puedes perderla muchas veces pero no sirve de nada cuando el objetivo
es llegar a la cima, los últimos 30 min del recorrido pueden ser desesperantes,
sabes que estás cerca pero no ves señales de ello, muchas veces en la vida nos
pasa así, como no vemos cerca la meta nos saboteamos y somos capaces de
devolvernos. Cuando llegas a la cima, la satisfacción y el orgullo propio,
saber que las barreras eran mentales (sin menospreciar las físicas) te dan esa
palmada en el hombro con una vista espectacular casi sacada de una pintura.
Para muchos es un paseo y ya, para otros era un sueño,
algunos ya podían morir tranquilos porque subieron el Roraima, para mí era un
regalo, un auto regalo, pero al final para todos era un check en una lista de
cosas pendientes por hacer, lo que yo hice a mis 31 años otros les costó 63
años, allí entiendes que los sueños no caducan, comprendes esa frase “nunca es
tarde”, pero sobretodo ves personificada la perseverancia y entiendes que
definitivamente “del apuro, queda el cansancio” .
Bajar, siempre me ha dado miedo bajar, no es vértigo ni nada
parecido es miedo a caer, inevitablemente tenía que bajar, parecía difícil pero
es cuestión de perspectiva, el instinto de supervivencia se activa y te dibuja
un camino donde te sientes seguro de bajar. Subir te toma 3 días y bajar un 1
día, es Física de 4to año y es la vida misma. Ascender nos cuesta años y ser
despedidos unas horas. Cuando bajas no recuerdas que pasaste por ese lugar,
estas tan concentrado en subir que no miras a los lados, nuevamente como la
vida misma.
Finalmente regresarme fue la prueba más dura, no tome
previsiones y me quede varado en la frontera con Brasil, Santa Elena de Uairen,
no había bus para Caracas sino hasta el miércoles, todos alrededor te dicen que
no pierdas el tiempo, que no hay, que no se puede; otros se aprovechan y
pretender cobrar 6mil bolívares para acercarte a Pto. Ordaz, la gente de los
pueblos es mucho más dura y ruda que la de ciudad. Allí conocí el miedo a no
ver más nunca a mi familia, a sentirme extranjero en tu propio país.
Es un viaje donde inevitablemente llegues con otra
perspectiva de la vida, extrañas unas cosas, valoras otras, comprendas algunas
y te das cuenta de otras. Fue un viaje que comenzó como un regalo y terminó
siendo mejor que eso, es y será inolvidable porque no era una ciudad con museos
y sitios emblemáticos, cada quien encontraba en su camino algo memorable, no había
cultura pop, no había influencia de la TV, no había farándula, no había foto
cliché, no había moda, no había estilo, nada más yo y la naturaleza… fue
solamente caminar, comer, rezar